martes, 26 de junio de 2018

BALADA PARA UN PADRE

Balada para un padre
Tendría 17 años cuando a instancias de mi padre, me puse a trabajar, y lo único que podría hacer bien: fue enseñar.
Ser primero profesor de matemáticas, en clases particulares; que financiaban mis cigarros, mi birra, mis libros, mi ropa, mi jama y mis paseos con la costurerita que conocía, me sirvió de mucho.
Ser profesor particular de casas acomodadas, de barrios sin vereda, de casas con caballos de mascotas y piscinas inmensas, alimento mi alma, tuve mucho que hacer y lo hacía casi con devoción, pues esa era mi vocación: enseñar.
Había leído tanto, sabia historia y poesía, literatura y geometría, aritmética y filosofía, música y diferenciales, mecánica y estadística, quería entregar todo eso a tanto joven, niño o niña que aparecía en mi camino; me extasiaba saber que me escuchaban, que aprendían, que eran mejores, que deseaban saber más y yo ahí como Santorin desbocado, contando, enseñando, practicando.
Marcelino, mi padre, había hecho lo que pudo, en mi formación y no podía darme más, pues habían menores hermanos que velar, entendí, lie, bártulos y me fui a buscar mi vida.
Flaco, enteco, esmirriado, y con algo de sapiencia, había comenzado a conocer el mundo, y comencé a sufrir lo que mis alumnos sufrían, muchos de los cuales no tenían al Padre, que yo afortunadamente tenia y que viejo, cholo y pobre, me besaba, como cuando niño y se alegraban sus ojos chinitos al verme, y me decía -¿cómo estas papá?-.
Me decía papá del cariño inmenso que me ofrecía, y correspondía a veces a esas ñoñerías, y aprecie mucho su existencia carpintera, cada día más, pues nunca me falto saber que estaba a mi lado, me sonreía y me decía “papá”.
Junto a mi Madre, contaron los centavos, para comprarme ese caprichoso libro original de Eudoxio Ortega, en la librería Studium de la plaza Francia, solo por verme feliz, y asistió, compartió, rió, lloró y se enorgulleció de mis avatares; cuanto te debo cholito, mi viejo.
Muchos jóvenes que conocí, niños y niñas sin su padre presente, que no iba a llevar al parque, a intentar convencerlos que les guste el fútbol, tenían dinero y con quinientos dólares al mes de propina acallaban sus ausencias; con un viaje a Vaitiare, querían disimular su desamor, y ellos con tanto yogurt en su refri, sabían que eso les faltaba.
Mi prestigio como docente creció mucho, comencé en academias, y colegios, donde la realidad era aún más cruda, era evidente en sus miradas tristes, en sus falsetes risas, que su padre no vendría a la actuación, eran a veces muchachos malvados, pero lo que en realidad mostraban, era la tristeza de no tener a su vera un héroe, con disimulo veían con desagrado como otros, si tenían a su papá, sus ojos eran alegre-tristes, yo lo sabía, como me hirieron esos años, como me llene de rabia esas ausencias.
Y ya que estaba, dos, tres años con ellos, veía a estos prósperos ingenieros, médicos, comerciantes, militares y doctores, evadían sus responsabilices disimulando sus becerriles ingresos, ocultándolos, asesorados por un lawyer, un fiscal y un juez ordenando trescientos solsazos, mensuales de su “esmirriada” pensión; como me dolía tanto ello.
No tenían, un pobre papa carpintero, como yo afortunadamente tuve.
Hoy, cuesta abajo en mi rodada, veo “amigos” , compañeros, conocidos, y tantos otros, seres que abandonan olímpicamente la obligación de frotar con vick vaporub, el pecho de sus párvulos, esquivan la responsabilidad de revisarles los cuadernos, y reírse de sus ocurrencias, veo como ellos son parte del problema de la sociedad en conjunto, insensibles no solidarios, veo como publican en su cuenta la cartera Vuitton comprada a su nueva aventura, y su hija? no tiene para unas zapatillas decorosas de sesenta pesos; veo sus éxitos, con premios, condecoraciones y galardones de ser notables en su sociedad, pero en su núcleo originario no son nada, son sombras, malos recuerdos y una moneda que le tiraban a Florentino Ariza, ¡pero eso sí, que ní me hable!.
Incluso conozco revolucionarios izquierdistas, otros evangélicos ministros y tal vez cargadores del Señor de Huamantanga, que se visten con ropa que no son; cuanta injusticia en el mundo, y esos ojos de mis alumnos, no los olvidare jamás, la tristeza marco su tiempo.
Y no te creas!, algún día cuando estemos solos hermano, te lo diré, si no fuiste un buen padre no te mereces ser ciudadano, pocos me quedan como amigos, cada vez mucho menos; aumenta cada día que quiera calmar esa tristeza, contagiada de muchos hijos que abandonaste, aun cuando le compraste su Xbox o su celular. No estuviste ese día y nunca, nunca podrás remediarlo el tiempo ya pasó.
Muchos colegas maestros y maestras, sabrán de mí penar que este junio del dieciocho, quise decirlo.
Más que pertenecer a una ideología política y religiosa esta, la solidaridad que en tu progenie no existió, y eso está acabando el mundo.
Pocos amigos quedaran vivos, pocos tíos y primos sobrevivirán esta lectura, pero algo hice, solo pedirte que al menos repares en silencio esas heridas, trata de estar con ellos, hasta que ellos tengan ya ticinco años, ve abrázala no le digas a tu hija que le faltaste, solo actúa y reescribe tu vida, si lo quieres claro; pero no me vengas a contar de tus éxitos, tus protestas y tus sermones de éxito y abundancia, que eso no me llenara la tristeza de saber que a el mundo se le acaba la solidaridad.
Marcelino mientras cepillas alguna madera en el cielo, sé que eras hombre valioso y muy pocos como tu, aun ebrio, misio y desaliñado fuiste mi padre y aquí tu trascendencia.
A los demás, que no nombre, toma mi mano y usa la fuerza de mi brazo, para seguir bregando, por el amor de nuestros hijos.
JUNIO 2018 ; PARA Marcelino